Pablo Ruíz Gálvez

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Aniversario luctuoso de la poetisa y escritora “La décimo musa mexicana”

Recordando en su aniversario luctuoso a la Poetisa y escritora mexicana de las letras hispanoamericanas del siglo XVII Sor Juana Inés de la Cruz.

Escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia del barroco español, visible en su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad de su obra. Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.
Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de mancera, brilló en la corte virreinal de nueva España por su erudición, su viva inteligencia y su habilidad versificadora.
Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la orden de san jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación religiosa, parece que sor Juana Inés de la cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «vivir sola… No tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.
Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora (cuya obra introdujo en el virreinato), y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la cerda, marqués de la laguna, y de su esposa, luisa Manrique de Lara, condesa de paredes, con quien le unió una profunda amistad. En su celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la influencia de Luis de Góngora y calderón de la barca), hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.
Perdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se han conservado cabe señalar la respuesta a sor filotea de la cruz. El obispo de puebla, Manuel Fernández de la cruz, había publicado en 1690 una obra de sor Juana Inés, la carta Athenagórica, en la que la religiosa hacía una dura crítica al «sermón del mandato» del jesuita portugués Antonio vieira sobre las «finezas de cristo». Pero el obispo había añadido a la obra una «carta de sor filotea de la cruz», es decir, un texto escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el talento de sor Juana Inés, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.
En la respuesta a sor filotea de la cruz (es decir, al obispo de puebla), sor Juana Inés de la cruz da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso». La respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales podemos concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de puebla la afectó profundamente; tanto que, poco después, sor Juana Inés de la cruz vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa.
Murió mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia de cólera que asoló México en el año 1695. La poesía del barroco alcanzó con ella su momento culminante, y al mismo tiempo introdujo elementos analíticos y reflexivos que anticipaban a los poetas de la ilustración del siglo XVIII. Sus obras completas se publicaron en España en tres volúmenes: inundación castálida de la única poetisa, musa décima, sor Juana Inés de la cruz (1689), segundo volumen de las obras de sor Juana Inés de la cruz (1692) y fama y obras póstumas del fénix de México (1700), con una biografía del jesuita p. Calleja.
Sor Juana empleó las redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que analiza la naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende a las mujeres de las acusaciones de los hombres, como en las célebres «hombres necios que acusáis». Los romances se aplican, con flexibilidad discursiva y finura de notaciones, a temas sentimentales, morales o religiosos (son hermosos por su emoción mística los que cantan el amor divino y a Jesucristo en el sacramento). Entre las liras es célebre la que expresa el dolor de una mujer por la muerte de su marido («a este peñasco duro»), de gran elevación religiosa.
En el terreno de la dramaturgia escribió una comedia de capa y espada de estirpe calderoniana, los empeños de una casa, que incluye una loa y dos sainetes, entre otras intercalaciones, con predominio absoluto del octosílabo; y el juguete mitológico-galante amor es más laberinto, pieza más culterana cuyo segundo acto es al parecer obra del licenciado juan de Guevara. Compuso asimismo tres autos sacramentales: san Hermenegildo, el cetro de san José y el divino narciso; en este último, el mejor de los tres, se incluyen villancicos de calidad lírica excepcional. Aunque la influencia de calderón resulta evidente en muchos de estos trabajos (como la de Lope de vega en su compatriota juan Ruiz de Alarcón), la claridad y belleza del desarrollo posee un acento muy personal.
La prosa de la autora es menos abundante, pero de pareja brillantez. Esta parte de su obra se encuentra formada por textos devotos como la célebre carta athenagórica (1690), y sobre todo por la respuesta a sor filotea de la cruz (1691), escrita para contestar a la exhortación que le había hecho (firmando con ese seudónimo) el obispo de puebla para que frenara su desarrollo intelectual. Esta última constituye una fuente de primera mano que permite conocer no sólo detalles interesantes sobre su vida, sino que también revela aspectos de su perfil psicológico. En ese texto hay mucha información relacionada con su capacidad intelectual y con lo que el filósofo ramón Xirau llamó su «excepcionalísima apetencia de saber», aspecto que la llevó a interesarse también por la ciencia, como lo prueba el hecho de que en su celda, junto con sus libros e instrumentos musicales, había también mapas y aparatos científicos.
A causa de la reacción neoclásica del siglo XVIII, la lírica de sor Juana cayó en el olvido, pero, ya mucho antes de la posterior revalorización de la literatura barroca, su obra fue estudiada y ocupó el centro de una atención siempre creciente.

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