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¡HASTA SIEMPRE COMPAÑERO ADOLFO GILLY!
OPINIÓN DE: Roberto G. Longoni
@GiordanoLongoni
El pasado 4 de julio de 2023, murió el intelectual argentino-mexicano Adolfo Gilly. Sirva esta pequeña nota como un homenaje a su enorme sensibilidad histórica, su amable presencia, su deslumbrante sabiduría y su militancia en favor de las luchas de l@s subaltern@s que, desde las periferias y los márgenes del pasado-presente, aunque no lo parezca, resisten desde la vida en común a este sistema de muerte.
En octubre de 2013, cuando era un estudiante de literatura y filosofía en la Ibero Puebla, tuve el enorme gusto de recibir y acompañar durante una semana entera al profesor Adolfo Gilly, en el marco de su participación en la Cátedra Alain Touraine. En aquel año dicha cátedra estuvo dedicada al tema de la crisis civilizatoria, el poder y las luchas por la dignidad en América Latina y el mundo. Quien conozca medianamente la importante obra histórica y política de Don Adolfo, sabrá que estos temas son centrales en su propuesta crítica, aunque de ninguna manera los únicos a los que dedicó su extensa trayectoria.
La charla que dio para la cátedra estuvo dedicada a señalar la manera en que el desarrollo del capitalismo ha implicado la destrucción de una serie de lógicas y tradiciones ajenas a su lógica de intercambio y mercantilización, y a la manera en que, sin embargo, dicha destrucción no ha sido total, pues a la par de esta surgen diversas formas de resistencia y lucha cuya visión de mundo no está arraigada totalmente a la dinámica del capital, sino a la compartición y articulación de una vida en común.
Lo que me parece más importante de estas reflexiones es que no tienen su origen y sustento en un puro proceso teórico, sino en una serie de prácticas, luchas y procesos a los cuales Don Adolfo no fue ajeno. Efectivamente, Don Adolfo no tuvo miedo de salir de su condición de intelectual y de implicarse en movimientos guerrilleros en Sudamérica y Centroamérica, en el movimiento estudiantil en México o en el movimiento zapatista. Esto le valió, en los años sesenta y setenta, ser encarcelado en Lecumberri, donde escribió su importante libro: “La revolución interrumpida”. En este libro hace una brillante reinterpretación histórica de la revolución mexicana, desde el punto de vista de los discursos y prácticas disidentes que fueron sometidas y veladas por el “triunfo”, nunca definitivo, del ala más burguesa y conservadora que representaba, entre otros, Francisco I. Madero.
Si pudiéramos resumir en una tesis su proyecto teórico-práctico (algo imposible, o que de ninguna manera hace justicia a su complejidad) sería precisamente que la historia oficial, escrita e impuesta por los vencedores, es una historia incompleta, pues en ella no se reconocen los sufrimientos y anhelos de todas y todos aquellos vencidos que han impulsado y sostenido sobre sus hombros su progreso, y que, sin embargo, no están vencidos del todo, pues su fuerza disruptiva y de resistencia se hace presente en cada momento histórico en el cual la injusticia y la miseria que tanto ellos como nosotros seguimos padeciendo, aparecen como forma estructural de esta sociedad.
Recuerdo ahora no solamente aquellas bellas y amables charlas de camino a su hotel o a la Ibero, que versaron sobre el EZLN, Chile, la democracia y el papel de los intelectuales en un mundo convulsionado. Sino también sus palabras de aliento, apoyo y reflexión hacia l@s compañer@s zapatistas en el caracol de Oventik, en el marco del seminario de pensamiento crítico frente a la hidra capitalista en 2015, en el cual fue invitado de honor de la comandancia. Y también, lo que el subcomandante Marcos dijo de él. Palabras más, palabras menos, que era difícil encontrar un intelectual tan sensible hacia los dolores y esperanzas de otros, y a alguien que, pese a sus diferencias, fuera tan capaz de escuchar a los otros y empatizar con ellos.
Un último recuerdo a la distancia remitiría a dos de los artículos que escribió para La Jornada en los últimos años, y que considero que, por distintas razones, me marcaron profundamente. Uno de ellos se llama “Charlie Hebdo: nuestros hijos mataron a nuestros hermanos”, que escribió con motivo de los atentados en contra de dicho periódico en Francia; y el otro “Para Juan Gelman”, que escribió con motivo de la muerte del poeta argentino.
En el primero don Adolfo nos recuerda que los jóvenes que cometieron los atentados contra el periódico Charlie Hebdo, son jóvenes que hablan francés, que han sido criados y marginados en las periferias de París y de otras grandes urbes europeas, y que de alguna manera esto implica darnos cuenta de que su ira y su rabia (sin afán de justificar de ninguna manera las atrocidades cometidas) son también responsabilidad de nosotros, en tanto perpetuadores de una sociedad que los ha rechazado y discriminado. Una sociedad que dice ser la más civilizada de todas, pero que produce de manera inherente a su progreso una serie de ruinas y escombros en los cuales el odio se gesta y reproduce.
En el segundo, pide a Juan Gelman, su amigo, recordar los anhelos y sueños de juventud que no se cumplieron (y la necesidad de seguir luchando por ellos), el dolor del exilio, la sorpresa de haber sobrevivido a aquellos años oscuros, y el advenimiento de tiempos todavía más oscuros en los cuales la poesía y la historia crítica hacen falta para resistir, para no morir.
Esos tiempos oscuros que no han terminado, que estamos atravesando en este momento, y para los cuales, sin duda, nos hará falta la voz y la crítica deslumbrante e incisiva de Don Adolfo Gilly. Una voz y una crítica, que sin embargo, se queda como fuerza subterránea en contra de la miseria de este mundo.
¡Hasta siempre Don Adolfo, compañero, y gracias por todo!