
Por: Luis Antonio Santillán Varela
La recomendación musical de esta semana es una joya del repertorio operístico: la hermosa aria Tu che di gel sei cinta, perteneciente al tercer acto de la última ópera de Giacomo Puccini, Turandot. Esta obra, marcada por enigmas, castigos y glorias imperiales, esconde en su trama una figura modesta y silenciosa que termina por robar el corazón del público.
No es la altiva, fría y cruel princesa Turandot, ni tampoco el temerario príncipe Calaf. Es Liù, una joven esclava que, sin pedir nada, lo da todo. Su muerte constituye uno de los momentos más intensos y conmovedores de toda la ópera: una escena que, desde la música, el gesto y el silencio, cambia el rumbo de la historia y toca profundamente los corazones.
Escena de la muerte de Liù
Turandot, la princesa de hielo, se niega a entregar su mano al principe Calaf, aún después de que ha resuelto sus tres enigmas. Calaf, confiado en su destino, lanza un desafío: si ella logra descubrir su nombre antes del amanecer, podrá matarlo.
Los esbirros de la corte arrestan entonces al anciano y desterrado rey Timur, padre de Calaf, y a Liù, la fiel esclava que ha acompañado al monarca en su exilio, para poder conocer el nombre del príncipe. A pesar de la presión y la tortura, Liù guarda silencio.
El público sabe que ella conoce el nombre del príncipe, pero no lo revela. Su única motivación es el amor que siente por Calaf: un amor puro, silencioso y no correspondido. En ese momento, Liù entona su famosa aria: Tu che di gel sei cinta (“Tú, que estás rodeada de hielo, vencida por tanta llama, también lo amarás tú…”). Las palabras que dirige a Turandot no son un reproche ni una súplica: son una profecía. Y, tras un breve silencio, Liù toma un puñal y se quita la vida.
En ese instante, la orquesta se apaga. La música queda suspendida en el aire, sostenida apenas por cuerdas suaves y melodías descendentes que acompañan la caída emocional del personaje. Es la música del alma que se apaga, junto con la ternura que desafía al poder.
Simbolismo
Liù, vestida con ropas sencillas y rostro humilde, representa el amor humano, cálido y entregado. Turandot, con su armadura emocional y su mirada de acero, simboliza el poder frío y racional. La escena del suicidio es una inversión de valores: la débil se vuelve fuerte, y la poderosa se conmueve.
Puccini murió antes de concluir Turandot, pero dejó en su partitura un testamento emocional: la figura de Liù como la verdadera heroína. No por su victoria, sino por su entrega.
Por eso, cada vez que se representa esta ópera, el público enmudece ante esa escena. No importa cuántas veces se escuche: el susurro de Liù sigue doliendo. Y sigue iluminando.
Dato curioso: Puccini escribió esta escena antes de morir. El resto del acto final fue completado por el compositor Franco Alfano, quien intentó preservar la sensibilidad del maestro en los compases finales de la obra.