Por [Luis Antonio Santillán Varela]
8 de junio de 2025.
En la historia de la música clásica, pocos intérpretes han dejado una marca tan profunda y duradera como Jascha Heifetz. Su nombre es sinónimo de perfección técnica, disciplina interpretativa y un legado que sigue inspirando a violinistas en todo el mundo. A más de 30 años de su muerte, su figura continúa siendo objeto de admiración y estudio en los principales conservatorios del planeta.
Heifetz nació el 2 de febrero de 1901 en Vilna, ciudad que pertenecía al Imperio Ruso en ese entonces (actual Lituania). Desde muy pequeño mostró un talento extraordinario para el violín. A los tres años ya tocaba con soltura, y a los siete hizo su primera presentación pública con orquesta. Su formación estuvo guiada por uno de los grandes maestros del violín, Leopold Auer, quien también enseñó a otros virtuosos como Milstein y Elman.
Su llegada a Estados Unidos marcó un antes y un después en su carrera. Con apenas 16 años, hizo su debut en el Carnegie Hall de Nueva York en 1917, dejando al público y a los críticos sin palabras. Se dice que el violinista Fritz Kreisler, presente en la sala, exclamó con resignación: “Después de esto, todos deberíamos guardar nuestros violines”.
El estilo de Heifetz se caracterizaba por una ejecución impecable, una afinación extremadamente precisa y un timbre cristalino que se convirtió en su sello personal. Aunque algunos opinaban que su interpretación era demasiado calculada, la mayoría lo consideraba un modelo de excelencia. Su capacidad para transmitir emoción sin excesos expresivos lo distinguía de sus contemporáneos.
Durante su larga carrera, grabó una enorme cantidad de obras del repertorio clásico, incluyendo conciertos de compositores como Tchaikovsky, Sibelius, Beethoven y Brahms. También se interesó por la música de su tiempo, interpretando y estrenando obras de autores contemporáneos como William Walton y Korngold. Además, realizó arreglos de piezas populares y participó en grupos de música de cámara junto a figuras como Arthur Rubinstein y Gregor Piatigorsky.
Durante la Segunda Guerra Mundial, se unió a los esfuerzos artísticos para levantar el ánimo de los soldados aliados, ofreciendo conciertos en bases militares y hospitales. En sus últimos años, se dedicó a la enseñanza en la Universidad del Sur de California, transmitiendo su rigurosa visión musical a nuevos talentos.
Heifetz murió en 1987, pero su influencia perdura. Sus grabaciones son todavía referencia obligada para estudiantes y profesionales del violín. Su instrumento más querido, un Guarneri del Gesù fabricado en 1742, es recordado como parte de su leyenda.
En una época en la que la técnica se ha democratizado gracias a la tecnología y la educación global, el ejemplo de Heifetz sigue siendo un punto de referencia. Su nombre continúa representando no solo la destreza instrumental, sino también la búsqueda incansable de la perfección artística.