Por: Karin Salazar Castillo
Todas las personas a lo largo de su vida experimentan un desarrollo fisiológico y mental que está determinado por su interacción con el entorno sociocultural en el que vive, y debido a esa interacción es que va conformando lo que hace, siente y piensa, por lo que los periodos o etapas de vida en que se categorizan las edades son muy variados y cambiantes de acuerdo con el espacio, tiempo y estructura social.
En México, la Ley de los derechos de las personas adultas mayores en su artículo tercero fracción I, establece que se entenderá por: Personas adultas mayores. Aquellas que cuenten con sesenta años o más de edad y que se encuentren domiciliadas o en tránsito en el territorio nacional. Por tanto, se considera como elemento de clasificación, a la edad cronológica o de calendario, cuya naturaleza es esencialmente biológica.
Debido a la diversidad de vejeces, el incremento de la esperanza de vida, la reducción de la fecundidad, los avances de las ciencias médicas, entre otros factores, las personas ahora tienen la posibilidad, como nunca había ocurrido, de pasar viviendo más años en una etapa de su vida, los sesenta y más, cómo lo muestran los índices de envejecimiento publicados por el INEGI, que entre 1990 y 2020, pasó de 16 a 48 personas adultas mayores (60 y más años) por cada cien niños y jóvenes (0 a 14 años).
Algunas personas adultas mayores son dependientes o disfuncionales, debido a que presentan una limitación para efectuar las tareas mínimas necesarias para valerse por sí mismos, por lo que necesitan ayuda para llevar a cabo sus actividades cotidianas, esto hace necesario garantizar la calidad de vida de las personas dependientes. Por ello, el papel de las personas cuidadoras, adquiere una gran relevancia.
“Una persona cuidadora es quien asume la responsabilidad total del paciente ayudándole a realizar todas las actividades que no puede llevar a cabo. Generalmente es un miembro del círculo social inmediato (familiar, amigo/a o incluso vecino/a), que no recibe ayuda económica ni capacitación previa para la atención del paciente” .
“Las investigaciones realizadas muestran que la familia ha sido y sigue siendo la proveedora principal de cuidados” , por lo que es la red de apoyo más importante para las personas adultas mayores, teniendo un carácter informal, ya que no disponen de capacitación en cuidados, no tienen un horario definido, ni reciben remuneración por su trabajo; no obstante, también pueden contar con el apoyo de voluntarios y/o profesionales y técnicos especializados (cuidadores/as formales).
La función de las personas cuidadoras, es ayudar a las personas adultas mayores, a redescubrir sus capacidades y habilidades, enri¬quecer su autoestima y hacerlos parte activa de un grupo, principalmente de su familia.
Pero ¿a qué retos se enfrentan las personas cuidadoras? Principalmente, a fomentar la autonomía de la persona que cuida, identificando tareas que pueda realizar y posibilitarle el que pueda realizarlas; fomentar su autoestima, procurando que se sientan útiles y partícipes de las decisiones familiares; mantener rutinas siempre que se pueda, así como su espacio ordenado y despejado para cuidar de la seguridad de la persona dependiente y respetar su intimidad.
A su vez, para convertirse en una buena persona cuidadora, ante todo, deberá cuidar de su propia salud tanto a nivel físico, como emocional y social; aprender a pedir ayuda, delegar y crear una red de apoyo, elaborar un plan de cuidados para organizar el tiempo, las tareas, tomar decisiones, priorizando lo que es urgente, necesario y lo que puede esperar y tener la información de los re¬cursos de que se disponen para aliviar el esfuerzo. Por lo que evitar aislamiento y soledad realizando actividades que le sean gratificantes; mantener un tiempo de ocio y expresar las emociones, aceptándolas y solicitar ayuda profesional si es necesario, representan estrategias para evitar ansiedad, estrés e incluso la depresión.