Por: Luis Antonio Santillán Varela
Fecha: 18 de mayo de 2025.
Con más de 60 años sobre los escenarios, Plácido Domingo es considerado una leyenda viva de la ópera. Su talento, dedicación y versatilidad lo han convertido en uno de los artistas más influyentes y prolíficos del mundo lírico.
Un Inicio Forjado en la Pasión.
Nacido en Madrid en 1941 y criado en México, Domingo comenzó su carrera musical desde muy joven. Tras sus estudios en el Conservatorio Nacional de Música de México, inició una trayectoria que lo llevaría a convertirse en uno de los tenores más reconocidos del siglo XX.
Su debut operístico se produjo en 1961 con el papel de Alfredo en La Traviata, y desde entonces su ascenso fue imparable. Su voz potente y expresiva, unida a su capacidad actoral, le permitieron asumir un repertorio amplísimo que abarca desde Verdi y Puccini hasta Wagner.
Un Récord Difícil de Igualar
Plácido Domingo ha interpretado más de 150 roles operísticos a lo largo de su carrera, algo sin precedentes en el mundo de la ópera. Además de su consagrada trayectoria como tenor, ha ampliado su repertorio como barítono en años recientes, demostrando una evolución vocal y artística notable.
Ha actuado en los principales teatros del mundo —incluyendo el Metropolitan Opera de Nueva York, la Scala de Milán, el Teatro Real de Madrid y la Ópera de Viena—, y ha grabado más de un centenar de discos entre óperas completas, recitales y álbumes de crossover.
Más Allá del Escenario.
Domingo no solo ha brillado como intérprete, sino también como director de orquesta y promotor de jóvenes talentos. Fue director general de la Ópera Nacional de Washington y de la Ópera de Los Ángeles, donde impulsó nuevas producciones y programas educativos.
Fundador del concurso internacional Operalia, ha contribuido decisivamente al descubrimiento y desarrollo de nuevas voces del panorama lírico. Gracias a su visión, muchos cantantes que hoy encabezan los elencos internacionales dieron sus primeros pasos bajo su tutela.
El Fenómeno de Los Tres Tenores
Uno de los momentos más mediáticos de su carrera fue su participación en el trío Los Tres Tenores, junto a Luciano Pavarotti y José Carreras. Sus conciertos, iniciados en 1990 durante el Mundial de Fútbol en Italia, atrajeron a millones de espectadores en todo el mundo y acercaron la ópera a un público más amplio.
Un Legado Vivo
A sus más de 80 años, Plácido Domingo continúa activo, ofreciendo recitales y participando en producciones especiales. Su legado no solo se mide en aplausos y reconocimientos —que incluyen premios Grammy, medallas de honor y doctorados honoris causa—, sino en la profunda huella que ha dejado en el arte vocal.
Su nombre ya está inscrito entre los grandes de todos los tiempos, como sinónimo de excelencia, entrega y amor por la música.
Por Luis Antonio Santillán Varela
Más allá de ser uno de los compositores más influyentes de todos los tiempos, Ludwig van Beethoven encarna una figura profundamente comprometida con los ideales de libertad y transformación social. Su obra, cargada de intensidad emocional y audacia estructural, refleja las tensiones políticas y culturales que marcaron la Europa de fines del siglo XVIII y principios del XIX.
Beethoven vivió en una era de grandes sacudidas históricas: la Revolución Francesa, el auge y caída de Napoleón Bonaparte, y el colapso del Antiguo Régimen. Estas circunstancias no solo impactaron su entorno, sino también su pensamiento. Admiró inicialmente a Napoleón como símbolo de los valores republicanos, hasta que este se autoproclamó emperador, provocando la indignación del compositor. Así, borró con furia la dedicatoria de su Tercera Sinfonía, conocida posteriormente como “Heroica”, una obra que, según él, celebraba el espíritu de lucha de la humanidad, no de los tiranos.
La ideología de Beethoven estaba profundamente anclada en los valores ilustrados. Creía firmemente en la igualdad entre los hombres, en la libertad de pensamiento y en la capacidad del arte para transformar la sociedad. Estas convicciones se manifiestan claramente en su Novena Sinfonía, donde la “Oda a la Alegría” declara: “¡Todos los hombres se volverán hermanos!”, una declaración de fraternidad universal que trasciende barreras.
A pesar de haber dependido económicamente de la nobleza, Beethoven no se subordinó nunca al poder. Se hizo respetar como creador autónomo, consciente de que su talento no debía estar condicionado por jerarquías sociales. En sus escritos, expresó que el artista pertenece a una esfera espiritual que lo coloca más allá de la obediencia ciega a las clases dominantes.
Su sordera, progresiva y devastadora, pudo haber acabado con su carrera, pero en lugar de ello, intensificó su determinación creativa. En el Testamento de Heiligenstadt, una carta dirigida a sus hermanos que jamás llegó a enviar, confesó su profunda tristeza ante su condición, pero también reafirmó su decisión de continuar componiendo. “El arte me sostuvo”, dejó escrito.
Beethoven demuestra que la música puede ser mucho más que entretenimiento: puede ser una declaración ética, una postura ante la vida y una forma de resistencia. En un mundo donde las voces críticas son a menudo silenciadas, su legado sigue sonando como una llamada a la dignidad, a la justicia y a la libertad.
Más de dos siglos después, la obra de Beethoven no solo sobrevive: inspira, moviliza y conecta con nuevas generaciones que, como él, creen que el arte puede cambiar el mundo.
Por: Luis Antonio Santillán Varela
La recomendación musical de esta semana es una joya del repertorio operístico: la hermosa aria Tu che di gel sei cinta, perteneciente al tercer acto de la última ópera de Giacomo Puccini, Turandot. Esta obra, marcada por enigmas, castigos y glorias imperiales, esconde en su trama una figura modesta y silenciosa que termina por robar el corazón del público.
No es la altiva, fría y cruel princesa Turandot, ni tampoco el temerario príncipe Calaf. Es Liù, una joven esclava que, sin pedir nada, lo da todo. Su muerte constituye uno de los momentos más intensos y conmovedores de toda la ópera: una escena que, desde la música, el gesto y el silencio, cambia el rumbo de la historia y toca profundamente los corazones.
Escena de la muerte de Liù
Turandot, la princesa de hielo, se niega a entregar su mano al principe Calaf, aún después de que ha resuelto sus tres enigmas. Calaf, confiado en su destino, lanza un desafío: si ella logra descubrir su nombre antes del amanecer, podrá matarlo.
Los esbirros de la corte arrestan entonces al anciano y desterrado rey Timur, padre de Calaf, y a Liù, la fiel esclava que ha acompañado al monarca en su exilio, para poder conocer el nombre del príncipe. A pesar de la presión y la tortura, Liù guarda silencio.
El público sabe que ella conoce el nombre del príncipe, pero no lo revela. Su única motivación es el amor que siente por Calaf: un amor puro, silencioso y no correspondido. En ese momento, Liù entona su famosa aria: Tu che di gel sei cinta (“Tú, que estás rodeada de hielo, vencida por tanta llama, también lo amarás tú…”). Las palabras que dirige a Turandot no son un reproche ni una súplica: son una profecía. Y, tras un breve silencio, Liù toma un puñal y se quita la vida.
En ese instante, la orquesta se apaga. La música queda suspendida en el aire, sostenida apenas por cuerdas suaves y melodías descendentes que acompañan la caída emocional del personaje. Es la música del alma que se apaga, junto con la ternura que desafía al poder.
Simbolismo
Liù, vestida con ropas sencillas y rostro humilde, representa el amor humano, cálido y entregado. Turandot, con su armadura emocional y su mirada de acero, simboliza el poder frío y racional. La escena del suicidio es una inversión de valores: la débil se vuelve fuerte, y la poderosa se conmueve.
Puccini murió antes de concluir Turandot, pero dejó en su partitura un testamento emocional: la figura de Liù como la verdadera heroína. No por su victoria, sino por su entrega.
Por eso, cada vez que se representa esta ópera, el público enmudece ante esa escena. No importa cuántas veces se escuche: el susurro de Liù sigue doliendo. Y sigue iluminando.
Dato curioso: Puccini escribió esta escena antes de morir. El resto del acto final fue completado por el compositor Franco Alfano, quien intentó preservar la sensibilidad del maestro en los compases finales de la obra.